No pensaba frecuentemente en la idea de caminar desnudo, pero estaba seguro: hoy sería uno de esos días.
Salió temprano, atisbaba unos temerosos flechazos de luz, despojose de todo lo que tenía: zapatos, calzoncillos y esa mohosa chaqueta noventera , encajonó sus miedos e inseguridades.
Repetía constantemente “hoy es el día, no mires atrás”.
Bajó las escaleras repelando sobre el uso del ascensor. El portero seguía dormido, abrió cautelosamente la pesada puerta de madera y de inmediato sintió un estruendoso y gélido desliz del viento diurno, directo a sus bolas.
Tomó su diminuta cámara, apuntó y repitió “sin mirar atrás”.